lunes, 21 de marzo de 2011

Mensaje oficial Día Mundial del Teatro 2004

  por Fathia El Assal (Egipto)




El Teatro es el padre de todas las artes. Esta es una verdad que nadie puede rebatir y por esa razón es mi única y exclusiva pasión.


Siempre he creído que los dramaturgos se distinguen por sus nobles sentimientos humanos. Sus mensajes pueden así ayudar a la gente a superarse, a liberarse de sus frustraciones, de su explotación, y de esa manera conseguir una cierta dignidad.

Para que los dramaturgos tengan éxito en cumplir su misión e influir en las personas, deberían dominar a fondo su profesión, y tener completo control sobre el estilo de su expresión artística. Si no, su mensaje se dispersará a merced del viento y no dejará huella alguna tras él. No conseguirá su objetivo.

En toda obra de arte, el mensaje del artista siempre ha estado impregnado a la par de justicia humana, madurez de expresión y autenticidad. Sería pues un error considerar que uno de estos factores puede prevalecer sobre los otros.


Dicen que el Teatro es un arte basado en estructuras sólidas desprovistas de cualquier artificio superficial, y que sus diálogos deben ser firmes, concisos y alejados de la farfulla. También dicen que por esta misma razón es incompatible con la naturaleza de la mujer, que es incapaz de disociarse de su ego, y en consecuencia no puede expresarse con objetividad. ¡Eso dicen! A esto replico: la mujer, que es capaz de llevar en su seno una nueva vida durante nueve meses es igualmente capaz de crear una obra de teatro sólida y coherente. Con una condición: que sea una auténtica dramaturga.

Por suerte, el teatro moderno se ha liberado de las formas tradicionales como resultado de distintas oleadas de renovación que comenzaron con Pirandello, Bernard Shaw, Brecht y muchos otros que han destacado por su teatro del absurdo, del rechazo y del vanguardismo experimental. Actualmente es muy raro que un gran dramaturgo escriba una obra de teatro siguiendo un estilo tradicional.


En mi primera obra de teatro (‘Mujeres sin máscaras’) utilicé ‘el teatro dentro del teatro’, una fórmula que se ha hecho familiar en el teatro moderno. Mi obra comenzaba con un grito y una pregunta, porque me sentía preñada de palabras que provenían de decenas de años e incluso siglos atrás.

¿Puede que hubiera llegado el momento de que los dolores que estrangulaban mi yo más profundo se liberasen y proyectaran mi palabra hacia la existencia? ¡Mi palabra! ... Mi pasión ... Mi infancia ... ¡Mi hijo! Escucho su voz tan lejana de quejas y suspiros. Una voz que fue machacada y humillada. Una voz cuyos ecos reverberan generación tras generación. La conciencia de la historia humana soporta el terrible peso de la persecución y la presión abrumadora.

He rehusado plasmar en un papel una sola palabra que no emergiera de lo más profundo de mi alma. Ni una sola línea que no expresara la verdad sobre la mujer, sobre su poder de dar. Por eso le pedí a mi pluma bajo juramento que rechazara el escribir una sola línea si era para expresar debilidad o frustración, y le pedí bajo juramento que se negara a obedecerme si me sentía cobarde ante la verdad. Después le pedí que me ayudara a sacar a la luz al mayor número de mujeres posible cuyas vidas hubiera compartido, para acercarme más a ellas y ser su portavoz.

Podríamos por tanto desnudarnos por completo ante los demás, deshaciéndonos del moho acumulado con el paso del tiempo y lanzar un grito en contra de las circunstancias y las situaciones que han impedido la eclosión del poder humano.

En fin, creo que el Teatro es la luz que ilumina el camino de la humanidad. Una luz que asegura una unión orgánica con el espectador, creando calor entre nosotros, los que nos enfrentamos al texto escrito o a la interpretación en escena.

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