lunes, 21 de marzo de 2011

Manuel Machado

Manuel Machado (1874-1947)nació un 29 de agosto de 1874 en Sevilla, siendo el mayor de nueve hermanos.

En 1883 se traslada con su familia a Madrid, donde ingresa, junto con Antonio, en la Institución Libre de Enseñanza, una de las primeras instituciones de educación laicas en España.

Vuelve a Sevilla en 1896, cuando su familia decide alejarlo del Madrid bohemio, para que continúe su carrera en la universidad de Filosofía y Letras, donde se licenciaría.

Manuel aprovechó su estancia en Sevilla para continuar su labor de escritor, que había comenzado años atrás.

Ya a la edad de los doce era Manuel un poeta, versificador al menos, y encontraba una gran facilidad para la rima y el ritmo, sin tener que contar las sílabas con los dedos, como les ocurría a muchos de sus condiscípulos.

De esta época son los periódicos manuscritos que los Machado hacían, y que iban de mano en mano por el entorno en el que se movían.

En 1893 pasa a formar parte de los colaboradores de “La Caricatura”, a petición de Enrique Paradas, director de la publicación. Fue una de las revistas humorísticas de la época, aunque tuvo muy poca vida: 1891-1893. De esta última etapa son las colaboraciones de Manuel y Antonio Machado, tratándose de su primera aventura periodística.

Escribe dos poemarios junto a Enrique Paradas, “Tigres y alegres” (1894) y “Versos” (1895).

En 1896 comienza su colaboración con El Porvenir de Sevilla. Allí publicará algunos poemas y, posteriormente (1897) se embarcará, con su hermano Antonio, en el “Diccionario de ideas afines y Elementos de Tecnología.” Manuel Machado pasará a ser secretario de Redacción.

También en “El Porvenir” continuaría con su faceta de crítico teatral, comenzada cuatro años antes en “La Caricatura.”

En 1899, Manuel Machado se traslada a París. Allí conocerá a los simbolistas que dejarían su impronta en el poeta, especialmente en sus siguientes composiciones; no obstante, años más tarde, volvería a retomar el folklore popular como base de su creación poética.

En 1901 aparece la revista “Electra” en la que colaborarán, entre otros: Pío Baroja, José Martínez Ruiz, Ramiro de Maeztu, Francisco Villaespesa, Ramón María del Vallé-Inclán; Manuel Machado colabora en calidad de secretario; al mismo tienpo, tendría una sección fija en la revista “Los poetas del día”, en la que también Antonio Machado publicó algunos poemas.

En en Sevilla conoce a Eulalia Cáceres, su prima, con la que contrae matrimonio en el 15 de junio de 1910. Ella sería la encargada de custodiar los fondos machadianos que, casi cien años después, darían a conocer parte de la creación literaria de los hermanos Machado, que hasta la fecha había permanecido inédita, y que mostraban algunos aspectos de la biografía y la bibliografía de ambos autores hasta ahora desconocida.

Dos años más tarde, en 1912, salía a la luz su “Cante Hondo”, poemario que recogía la tradición popular andaluza.

En noviembre de 1916 entra a formar parte de la redacción de “El Liberal”, donde ejerce de crítico teatral, con un tono menos satírico que el que caracterizaba la anterior publicación (“La Caricatura”).

De aquí pasaría a “La Libertad” en 1919. De la época de “El Liberal” son los artículos en los que volcaría sus aportaciones a la escena española: necesidad de una renovación teatral, creación de un Teatro Nacional, profesionalización del actor,… que quedarían plasmados, posteriormente, en su Manifiesto Teatral, siendo M. Machado una especie de Lessing español.

Durante su etapa en “La Libertad”, se palpa un evidente desinterés del crítico por un tipo de teatro popular o comercial a favor de otras opciones que muestran una atención especial al teatro clásico y extranjero.

Machado muestra especial interés por el teatro de fuera, creyendo que se trata de uno de los pilares fundamentales para la renovación y la asimilación de corrientes vanguardistas.

Este autor nos acerca a través de sus críticas al panorama teatral que se disfruta fuera de España, y a la recepción que el público y la crítica le dispensan a lo largo de sus años en La Libertad. Figuras de la importancia de Pirandello, Bernard Shaw, Strindberg, Ibsen, van a ser objetivo esencial de su atención.

El tono autobiográfico fue una constante en la creación literaria de Manuel Machado. En 1917, en un artículo aparecido en El Liberal y, publicado posteriormente en “Un año de teatro, ensayos de crítica dramática” (1918) decía así:

“No me siento lo más livianamente grave, ni siquiera serio, ni menos triste ni avinagrado. La vida no me ha sido lo bastante enemiga para eso. Y en mis cuarenta años de existencia he pasado mis penas, he saboreado mis goces, he visto mucho y he reído bastante. Nada, en resolución, ha podido acibarrar mi natural benévolo, ni desarraigar un optimismo que no fundo yo precisamente en una alta estimación de los hombres, sino en la admiración que siento por lo mucho que hacen… dado lo poco que valen y pueden.” […] “Creo, con todo, en el adelanto y el progreso de la raza, en la eficacia del esfuerzo, es decir, que más que un optimismo claro lo que profeso yo es un “meliorismo” decidido. Pienso que todo puede ser, y creo en todo… y en algo más. Y, sobre todo, “aprovecho gustoso la ocasión” de revelar cualquiera clase de acierto por leve, por ligero, por insignificante que sea, que advierto en torno mío. Por lo demás todo trabajo positivo, todo lo que es arte, todo que es obra - merece mi respeto, cuando no mi estimación.”

Mismo tono autobiográfico, en este caso premonitorio, que continuaría en el artículo aparecido el 2 de febrero de 1917 en el mismo periódico y que, bajo el título Recuerdo, se refería a la creación dramática compartida:

“Sin duda por la dualidad que entraña el diálogo, predominante en las producciones escénicas y tal vez por otras causas (sin hablar de las de carácter administrativo) el hecho es que las comedias suelen escribirse entre dos, cuando no las llevan entre cuatro al palco escénico. Cierto, me diréis, que nunca se escribieron en colaboración las grandes obras dramáticas, «Hamlet», «La vida es sueño», y aun pudiera añadirse que el valor de tales producciones suele estar en razón inversa del número de sus autores. Pero, en fin, de lo mediano para abajo –salvo excepciones raras, los Goncourt, los Quintero- siempre se encuentra el ambo firmando las piezas teatrales.”

En este mismo diario, Manuel, en 1918, aprovecha sus columnas periodísticas no sólo para redactar crítica teatral, sino para verter sus opiniones sobre el teatro español, sobre la denominada regeneración de la escena española, opiniones que se apuntaban en el crítico desde muy tempranamente.

Manuel Machado, más abierto a propuestas teatrales que su hermano Antonio, hablaba así de la necesidad de un teatro nuevo:

“El problema se presenta claro: lo que hace falta es variar, ampliar el repertorio, y, si es posible, mejorar el espectáculo. Esta variación pasa por la necesidad de volver al teatro clásico.”

Acerca de lo imprescindible que era una vuelta al teatro clásico español como único remedio para la vuelta a un teatro de verdadero arte escribe:

“En cuanto se refiere a las obras, si el teatro Español ha de cumplir su principal cometido, el de ostentar a la vista de nacionales y extranjeros la espléndida historia de nuestro teatro (el primero del mundo, después del de Shakespeare), es de todo punto imprescindible que metódicamente, siguiendo un orden cronológico, que explica por sí solo su desarrollo, se representen allí constantemente las principales obras de nuestro teatro desde López de Rueda hasta la actualidad, dando, como es natural, la mayor importancia, esto es, el mayor número de representaciones de la época de nuestro mayor florecimiento teatral, a nuestra dramaturgia clásica de los siglos de oro, por la que somos estimados en la literatura mundial, merced a los nombres de Lope de Vega, Tirso de Molina, Moreto, Alarcón, Rojas, con su cohorte de satélites menores Montalbán, Matos, Castillo Solórzano, Hurtado, etcétera, etc., harto menos importantes, pero también atendibles y necesarios en una historia, por somera que sea, de nuestro teatro. Seguirán a estos –como siguieron en nuestra literatura-, los adalides de la reacción neoclásica, Moratín, Meléndez, Huerta, Quintana. Y vendrán luego, en proporción importante, el espléndido florecimiento romántico con el duque de Rivas, García Gutiérrez, Hartzenbusch, Zorrilla.” […] “Convendría, pues, que no pasara año sin que se diera a conocer algunas obras de la antigüedad clásica griega y latina, y de los grandes teatros mundiales: el inglés con Shakespeare, el francés, con Molière y Corneille; el alemán, con Goethe y Schiller; el ruso, con Tolstoi; el escandinavo, con Ibsen, o Bjornson, etcétera, etcétera.”

Manuel alude también a la necesidad de un teatro público, como ya estaba ocurriendo en otros países europeos:
“El ensayo, pues, de una temporada teatral de la amplitud artística y literaria que se pretende, habría que hacerlo –a imitación de otros países- en un teatro intervenido oficialmente. No hay otro para este caso en Madrid que el Teatro Español. […] el Teatro Español sea lo que debe ser: una institución verdaderamente artística y educativa al mismo tiempo, digna de sus gloriosas tradiciones dramáticas. Y también, un alto modelo para los demás teatros de España.”
“La institución de un teatro verdaderamente artístico, que cumpla los fines ideales y educativos que hay derecho a esperar de él, no puede ser considerado como un negocio y menos como una renta, sino, por el contrario, como un servicio establecido en beneficio de la cultura y de las necesidades espirituales del país, como una academia, una escuela o un museo.”
Junto a esta necesidad de crear un teatro de arte, un teatro público, abogaba Machado por una escuela de arte dramático, donde los actores pudiesen trabajar todas las materias (dicción, interpretación…) para llevar a escena con sublime calidad estas obras que serían el inicio de la regeneración del arte dramático en España. A su vez, los actores no deben obsesionarse con el éxito personal, individual, puesto que en primer lugar el teatro es un arte de equipo, y, en segundo lugar, “en la representación de “Hamlet”, “La vida es sueño” o «El avaro», lo que interesa particularmente es Shakespeare, Calderón, Moliere, y es punto menos que criminal, y desde luego de un repugnantísimo mal gusto, en un actor, pensar en el propio lucimiento a expensas de la integridad o de la tonalidad del drama.”
“Para que el teatro no sea un artificio poco menos que despreciable, tiene que ser un arte punto menos que divino. O tratar de serlo. Un paso en el camino, es camino. Fuera de que “ars longa, vita brevis”, no a todos es dado llegar a la meta. Pero tropezar y aun caer, por alzar los ojos a la cima, es siempre más gallardo que caminar sobre seguro, baja la vista y sin otro fin que el de asentar el pie.”

“Ahora bien; la cima en el teatro está en crear personajes vivos, como los que rodeamos en la calle, verdaderos hombres y mujeres verdaderas, que con las eternas pasiones por móvil dan lugar a todos los dramas del mundo, esos dramas que el pueblo, más filósofo que nadie y más complejo y más claro que mil psicólogos, dramaturgos y cuentistas encierra en una frase bien sencilla y definitiva: cosas de hombres y mujeres.”

Manuel Machado, que siempre estuvo interesado por lo nuevo, dedicó columnas periodísticas al gran invento del siglo XX: el cine (el cine mudo en blanco y negro). Bajo el título La cuestión del cinematógrafo hablaba de este invento que había venido a alterar la vida teatral madrileña:

“Ante todo ¿cuál es el verdadero encanto del cinematógrafo? La vida. La reproducción viviente y animada de la realidad. Más que cromática, más que fonética, la vida es cinemática.”

Él mismo sería uno de los dramaturgos llevado a la gran pantalla. Su obra de mayor éxito, “La Lola se va a los puertos”, fue filmada en dos ocasiones.

Manuel Machado trata en sus críticas y ensayos sobre los géneros teatrales, haciendo una crítica explícita a los que cultivan el arte dramático sin tener conocimientos ni preparación para ello, y también al teatro falto de acción:

“Toda la severidad de la censura y aun todo el desprecio de los hombres discretos me parece poco para aquellos que, sin una honda preparación, sin altura y sin fuerza mental ejercitada, contrastada en el estudio, en la observación, sin talento siquiera para dudar, tienen la inaudita osadía de atacar el arte dramático en serio y la ridícula pretensión de hacernos pensar y sentir, de inquietar lo sagrado de nuestro espíritu con dramas y comedias que no están pensados ni sentidos en la realidad; con obras en que el conocimiento de las pasiones y el del medio de manifestarlas brilla por su ausencia, ignorantes del arte y de la vida, retóricos, y borréicos, puerilmente pedantes y empachados de vaga, desordenada y pobre literatura, han invadido la poesía, la novela y el teatro; el teatro, sobre todo, donde, en vez de los grandes hechos que desnudan a las almas, abunda la pura conversación, que las disimula y las oculta; el teatro, donde no ocurre nada, o casi nada, y se habla, se habla eternamente para desesperación del mísero auditorio; no al teatro con amantes que no se hacen el amor y enemigos que no se matan; un teatro atónito, sin sentimientos, sin hechos, un drama (όράώ: hacer); un teatro verdadista, abrumadoramente literario. Un teatro sin pasión, sin movimiento, sin amores, sin muerte… y sin vida. Un teatro compuesto casi exclusivamente de cabezas parlantes. Y ¡qué cabezas, por lo general!”

Cambiando de tercio, me es preciso señalar la adhesión del autor a la causa republicana. En una entrevista (sin datación exacta) publicada por el periodista Viu, Manuel y Antonio Machado se manifestaron como convencidos republicanos:

“La República es la forma racional de gobierno, y por ende, la específicamente humana. Contra ella pueden militar razones históricas, místicas, sentimentales, nunca razones propiamente dichas, que emanen del pensamiento genérico, la facultad humana de elevarse a las ideas. Por eso la República cuenta siempre con el asentimiento teórico de las masas, con sólo que éstas alcancen un mediano grado de educación ciudadana. Se requiere una abogacía muy sutil para convencer al pueblo de los motivos pragmáticos, nada racionales, que le aconsejen inclinarse a otras formas de gobierno. En España, esta abogacía ha fracasado. Porque a la monarquía española no la abona ya, a los ojos del pueblo, ni el éxito a través de la historia, ni el sentimiento religioso, ni siquiera el estético. No tiene defensa posible, y en verdad, nadie la defiende.”

Esta faceta republicana supuso su encarcelamiento. Durante los primeros días del levantamiento militar antirepublicano, Manuel se encontraba en Burgos con su esposa Eulalia, visitando a la familia de ésta. Allí, denunciado por algunos fascistas, por ser personaje público conocido por todos y afín a la República, fue encarcelado. Las gestiones de la hermana de Eulalia, consiguieron sacar a Manuel de allí. Aquello supuso la renuncia a las ideas con las que siempre había comulgado (o una renuncia fingida).
Parece ser que, en aquellos momentos confusos, Manuel, al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo a su alrededor, o que iba a ocurrir de un momento a otro, trató de volver con su esposa a la capital, pero perdieron el último autobus. La ciudad cayó enseguida en manos de los sublevados, y se inició allí una dura represión de los elementos rojos. Manuel, cuyos sentimientos republicanos acaso eran conocidos de algunos de los gerifaltes fascistas locales, pasó al principio unos ratos muy difíciles, e incluso estuvo detenido durante los primeros momentos. Liberado gracias a las gestiones de su mujer y de Carmen, consiguió trabajo, como corrector de pruebas en el diario burgalés El Castellano, y antes de terminar agosto ya está inscrito en las filas de la Falange.

El 6 de enero de 1937, tras su encarcelamiento en Burgos, Manuel Machado publicó en la prensa una poesía dedicada a Franco que le tildaría, ya para siempre, como franquista.

No obstante, no cabe olvidar la situación en la que se encontraba el autor antes de ponerle despectivas etiquetas de índole política.

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